Primera vuelta: ¿Nos metieron los dedos en la boca?

Álvaro Uribe Vélez se jugó su continuidad en el control del poder político en Colombia apostándole a una certera estrategia de distracción que, al mejor estilo de lo que ocurre en los sprints de ciclismo, exponía y desgastaba a alguien para permitir que otro que venía desde atrás y sin mucho ruido, reflectores u oposición pudiera posicionarse, rematar e imponerse fundamentándose en el factor sorpresa y el menor desgaste y oposición posibles.

 

Con la sagacidad de un viejo zorro de la política Uribe se jugó, como históricamente lo ha hecho con varias cartas en primera vuelta presidencial para neutralizar la posibilidad de un triunfo de Gustavo Petro. No tuvo reparo en marcar y visibilizar algunas opciones y reservar, como un experto tahúr a otra a quien mantuvo como un as bajo la manga listo para colocarse sobre la mesa  solo en el momento oportuno.

 

Y es que mientras distraía a sus contradictores primero con  Zuluaga y luego con un Fico derrotable al que le encomendó la labor sucia de confrontar a quien las encuestas siempre mostraron como ganador, quizás dentro del propósito de también inocular un dañino exceso de confianza entre quienes se desvivían por derrotarlo, por otro lado jugaba con una opción a la que le ordenó manejar un bajo perfil y una política de  cero agresión al candidato presidencial progresista que no le granjeara ataques y antipatías.

Desde esta línea inicial y desde la orientación además de manejo de un discurso anticorrupción superfluo y carente de contenido y de correspondencia con la práctica, Uribe también logró que Rodolfo Hernández, fuera visto con alguna simpatía, incluso por sectores del petrismo y que entre la población indecisa y poco educada políticamente calara y fuera visto, sin serlo, como una opción que ofrecía “lo mismo que Petro pero sin polarizar” o sin significar los conflictos que podría acarrear un eventual triunfo del candidato de la Colombia Humana (miedo).

 

Pero la distracción no sólo se dio en el terreno de lo anteriormente descrito, también mientras entretenía a sus contradictores políticos  con la amenaza de un golpe de estado, maquinaba sagazmente para generar otro tipo de golpe, uno de opinión, y con doble intencionalidad que de un lado sembrara de desesperanza las huestes progresistas y de otro dejara el camino expedito para legitimar el triunfo de la verdadera de sus cartas en segunda vuelta.

 

De esta forma y mientras todos nos “engolosinamos”,  con derrotar en primera vuelta al uribismo, a partir de una ficticia división de los sectores de derecha, todas las piezas del rompecabezas previstos para encajar y reagruparse en el momento preciso encontraban para la materialización del propósito un poderoso aliado en la Registraduría.

 

Parte de la estrategia consistía además en quitarle presión al registrador mediante el artifugio de hacerle fuertes ataques y críticas desde las huestes del uribismo, apelando incluso a la difusión de rumores para hacernos creer que sería suspendido de su cargo por la Procuraduría, lo cual resultó siendo una parte más de una gran puesta en escena que incluso logró que los cuestionamientos por el fraude de las elecciones parlamentarias menguara y que se bajara el volumen a las exigencias para que se posibilitara auditar y conocer los códigos de un software que perfectamente se sabía que no ofrecía garantías.

 

Tragado este inimaginable anzuelo, la penúltima parte del entramado orquestado desde el Ubérrimo consistía en la generación de unos resultados electorales que pudieran explicar y legitimar un triunfo de Rodolfo Hernández en segunda vuelta, así este no aconteciera desde la sumatoria de las cifras infladas de Rodolfo y Fico que sumando poco más de 11 millones de votos ponen a Petro con los 8,5 millones de votos que le fueron reconocidos en la necesidad de crecer en más de 3 millones de votos para derrotar por margen estrecho al gallo tapado de Uribe.

En este contexto, lo más  desconcertante del entramado criminal fue llevar a Petro, a costa de no hacerlo ver ante la opinión pública como un mal perdedor a reconocer y legitimar unos resultados en los que no queda para nada claro de dónde saca  tantos votos Fico tras el desgaste del uribismo por el mal gobierno de Duque, y de dónde surgió tanta “levadura” para hacer crecer a Rodolfo Hernández en los términos increíbles en que lo hizo, mientras que a Petro nos lo presentan, contra la evidencia de debates victoriosos y plazas públicas abarrotadas como nunca antes, como el candidato que en relación con la votación de segunda vuelta presidencial en 2018 sólo creció en 4 años un 6,05%.

 

Después de este legitimación sin el más mínimo reparo a los números de la Registraduría es muy poco lo que queda por hacer. No es con frases de positivismo, con mantras, con debates ganados y plazas llenas como se accede a la presidencia y se derrota a un régimen corrupto en el que la Registraduría es el engranaje determinante. Puede volver a plantearse e incluso conseguirse 2 votos nuevos por cada uno de los obtenidos el 29 de mayo que igual los 16 millones de votos jamás aparecerán y, si aparecieran, a Rodolfo le colocarían los que sean necesarios para superarlo y que nunca pierda.

 

Los liderazgos se miden en los momentos claves. La falta de carácter le pasó cuenta de cobro a Fajardo por irse a ver ballenas. Ojalá el reconocimiento de unos resultados espurios no terminen convirtiéndose en una nueva frustración nacional. No cuestionar unos resultados controvertibles bien podría ser interpretado por muchos como una nueva forma de irse a ver cetáceos y no coger el toro de la corrupción por los cachos y doblegarlo.

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